Franco Cervera
Son días donde todo lo relacionado a Malvinas
atraviesa a nuestra sociedad, pero muchísimo más a familias que se vieron
sacudidas por la maldita decisión de la desvariada junta militar de mandar los
pibes a un enfrentamiento bélico sin los recursos necesarios, con el único fin
de intentar continuar en el poder.
Una de esas tantas historias la vivió la
familia Barra de barrio Cottolengo en San Francisco, que no solo tuvo a su hijo
Nino Barra en la lista de soldados para ese conflicto bélico hace 43 años atrás, sino
que también su padre había participado de la Segunda Guerra Mundial y su
abuelo de la Primera Guerra Mundial.
En aquel 1982, Nino, de 18 años por ese
entonces, envió una emotiva carta a su escuela primaria Primera Junta donde describía
la situación de miles de jóvenes mientras estaban a la espera de entrar en
combate para defender la patria en las islas del sur.
Afortunadamente regresó a su hogar pero su padecer,
al igual que el de su familia fue muy grande. Sus padres lo dieron por muerto
dado que nadie les comunicaba nada. Pero una noche, vestido con tapado de
mujer, volvió a sus brazos.
Familia de guerra
Como les sucedió a muchas familias que emigraron
a la Argentina buscando un futuro para sus hijos, lejos de la guerra y la
hambruna, los Barra llegaron muchas décadas atrás espantados por su pasado
reciente. A principios de siglo XX, el abuelo de Nino y sus familiares vivían
en Italia y varios de ellos tuvieron que participar y sufrir en carne propia la
Primera Guerra Mundial.
Por su parte, Juan, el padre de Nino, ya en la
década del 40’, también luchó defendiendo la patria italiana en la Segunda
Guerra Mundial, motivo por el cual decidió venir “hacer la América” como miles
de italianos en aquella época.
“Algo que amaba Juan de Argentina cuando
emigran a América Latina es que acá no había guerras y no había posibilidades
de guerras cercanas”, recuerda Ornella
Barra, nieta de Juan y sobrina de Nino, y una especie de historiadora de la
familia. Sin embargo, el tiempo les jugó una mala pasada porque llegaría el gobierno
militar y unos años más tarde la Guerra de Malvinas.
“Cuando llega el servicio militar, Nino sale
sorteado para paracaidismo y justamente él tenía mucho vértigo a las alturas.
La primera vez que lo hicieron tirarse de un avión tenía mucho miedo y le
pegaron con un gancho en la espalda empujándolo al vacío. Lo obligaron a
tirarse, esa situación torturaba a la familia”, cuenta la joven.
“En el momento en que a mi tío le toca ir a la
guerra, el padre (por Juan) se opuso y fue a quejarse porque no podían mandar a
chicos de 18 años sin experiencia y pidió que lo manden a él, ya que había
participado de la Segunda Guerra Mundial con Italia enfrentando también a los
ingleses”, relató y agregó: “Mi abuelo veía en la Segunda Guerra Mundial los
tanques y armamentos de los ingleses y los italianos tenían muy poco, lo mismo
sucedía en Argentina. Por lo que tenía mucho temor”. Pese a la insistencia, no
lo dejaron ir.
Nino, si se quiere, tuvo algo de suerte porque
no fue a la isla, le tocó desembarcar en Comodoro Rivadavia, a la espera de
viajar a la isla en algún momento. Finalmente, no llegó a entrar en medio del combate.
“El temor del soldado era que si tenían que ir
tirarse como paracaidistas, los ingleses los iban a matar como pajaritos. Por
lo que tuvo suerte de no viajar”, sostuvo Ornella.
Una estampita
milagrosa
Cuando la guerra terminó, los padres de Nino no
tenían información sobre el paradero de su hijo. Es por esto que con el paso de
los días ya lo habían dado por fallecido pensando que nunca iban a saber qué
fue lo que sucedió con él.
“Al finalizar la guerra, mi tío no volvía, los
dejaron en Comodoro Rivadavia y nadie los trajo. Estaban incomunicados. Costó
mucho regresar, como pasaba el tiempo y no volvían, mis abuelos lo dieron por
muerto, creían que nunca iban a saber qué pasó”, narró Ornella sobre esos días
angustiantes, reflejando el abandono que hicieron las autoridades nacionales para
con los jóvenes soldados.
“La casa de los padres estaba por Lamadrid, en
barrio Cottolengo. Una noche estaban durmiendo y se escucharon unos pasos
afuera de la casa, mi abuelo saltó de la cama y dijo son los pasos del Nino.
Ahí fue que escucharon golpear la puerta y era su hijo, vivo, junto a otro
muchacho que era de la zona”, contó.
Lo tremendo es que ambos estaban vestidos con
tapado de mujer porque hacía mucho frío, no tenían otra ropa.
El dato de color es que el padre de Nino cuando
fue a la Segunda Guerra Mundial, su mamá le dio una estampita de la Virgen de
Pompeya. “En un momento mientras Juan está en combate, cae una bomba en su
trinchera y cuando vuelve se le había quemado todo, pero lo único que estaba
era la estampita. Eso para él fue una señal, por lo que cuando Nino se fue a
Malvinas, el padre le dio esa estampita también y su hijo volvió con vida”.
“Esa estampita es milagrosa en la familia
Barra. La tenía mi abuela en un portarretrato, con una parte quemada por la
bomba, y rogando que nunca más nadie tenga que llevarla para ir a la guerra”.
La carta
El joven Nino, en
1982, mientras estaba en Comodoro Rivadavia, esperando para ser convocado para
la guerra de Malvinas, decidió escribir una carta a su añorada escuela Primera
Junta de San Francisco.
“En esos tiempos, la
única comunicación que había era a través de la escuela. Mi tío había ido a la Primera
Junta y en el mismo colegio se juntaban donaciones para que les envíen a los
soldados, que luego se supo que no llegaron. En uno de los envíos Nino envío la
carta”, contó Ornella.
“Estimados maestras y alumnos.
El motivo de esta carta es para hacerles saber que aquí nos encontramos tanto
mis compañeros como yo. He decidido escribir estas líneas porque todos los días
estamos recibiendo cartas que nos envían todos los colegios del país, y aun, en
las circunstancias que estamos viviendo, no me olvido de mi primera escuela y
menos de aquellas maestras que con su ejemplo y buenas enseñanzas guiaron los
primeros pasos de mi infancia para formar a un adolescente y que después de
siete años de haber egresado, es decir hoy, estoy cumpliendo el servicio
militar aquí en el sur argentino. Esperando día a día, minuto a minuto entrar
en combate, sin tener en cuenta mi ser con tal de defender a mi Patria hasta
dejar mi vida en el campo de batalla, como lo hicieron hace más de un siglo
nuestros próceres San Martín, Belgrano, Güemes y así, muchos más que forjaron
con su espada el camino hacia la libertad para que hoy nosotros gocemos de un
país libre y soberano.
Es por eso que no
debemos decaer en ningún momento, teniendo como ejemplo la imagen de aquellos
que nos dieron libertad. Esto lo escribe un hijo, un aluno, un soldado
argentino, que quiere ver en el día de mañana a un país libre y grande.
A mis maestros, a los
alumnos de la querida como inolvidable escuela sanfrancisqueña les hago saber que todos los soldados estamos
fervorosamente concientizados por la causa por la cual estamos luchando. Y que
todas las mañanas al izar nuestra enseña celeste y blanca nuestros corazones
rebalsan de alegría y vibra nuestra voz al saludar la bandera nacional, pues
bien sabemos que nuestro pabellón nunca jamás será arriado de las islas
Malvinas. Por eso, más de una vez sale de nuestros labios un “¡Viva la
Patria!”. Con cariños para todos, vuestro amigo y exalumno. Nino Barra.
Cabe destacar que Nino falleció hace 12 años
atrás.