Por Juan Ignacio Baima
El fútbol, como muchos saben o sienten, es un deporte que trasciende
las fronteras del mundo y de la disciplina misma. Chicos y grandes, hombres y
mujeres, lo practican alrededor del globo, se fanatizan con el equipo de sus
ciudades o barrios, y en Argentina; la bella y bendecida tierra que nos vio
nacer, parece que el fútbol es más que un 11 contra 11. Nos paralizamos con la
redonda cada vez que juega nuestro club y, en mi caso, más aún con el
seleccionado, aquel que tuvo el mundo a sus pies en tres ocasiones, siendo la
más reciente en 2022, llevando la emoción a nuevas generaciones. Para mí eso es
hermoso.
Tengo 34 años, así que la gloria en Qatar ha sido la primera vez que
me tocó ver a la Argentina campeona del mundo, con un Messi descomunal que
obtuvo lo que todos deseábamos ya a esa altura, que el astro ganará el mundial,
así como lo había conseguido el Diego. Pero claro, soy de los tantos que no lo
vio a Maradona jugar.
El primer mundial que vi, a conciencia si puedo decirlo de esa
manera, fue el de Francia 98. Era para mí el mejor, obviamente hasta el 22.
Entonces me crie viendo fútbol con cracks como el Bati, Crespo, Ortega, el
cholo Simeone, Sorín, Zanetti, entre tantos otros. Ellos eran los ídolos de mi
infancia y después en mi adolescencia apareció Messi, y bueno ¿qué decirles no?
El resto es historia y presente.
Hasta acá estoy hablando de mis ídolos del fútbol, y en mis años de
niño y adolescente siempre me decía para mis adentros, “como me hubiera gustado
ver jugar a Maradona”, y al día de hoy, con 34, lo sigo sintiendo así. Me
hubiera gustado ver el Maradona jugador, futbolista, el de la gesta heroica
contra los ingleses, las rabonas, los tiros libres en el Napoli, la triste
final del 90, su último golazo a Grecia en Estados Unidos…Pero lamentablemente,
me tocó ver y escuchar otras cosas. Las que pertenecen a la vida privada, y ahí
surge el interrogante ¿Por qué tenía que saber o interesarme por estas cosas?
Diego Armando Maradona, nació en Lanús, provincia de Buenos Aires el
30 de octubre de 1960, y fue criado en el barrio de Villa Fiorito. En una
Argentina siempre en crisis, Pelusa vivió en el barro mismo, en el ambiente
donde el fútbol es el único entretenimiento para un niño, que patea lo que
tiene a los pies. Esos, sin duda, habrán sido los años más felices para Diego,
que aunque pasaba miles de necesidades siempre tuvo con él a sus papás y
hermanos y hermanas. La familia es un valor imprescindible y él siempre la tuvo
en su escala de valores antes que nada.
Goleador de las divisiones inferiores de Argentinos Jrs, llegó a
cumplir uno de sus sueños en aquella entrevista en blanco y negro: Consagrarse
en primera. Su juego para alquilar balcones lo llevó a Boca en 1981. El pibe en
el equipo del pueblo se coronó campeón y rápidamente, el viejo continente puso
los ojos en él: Lo quería el Barcelona, club en el que estuvo dos años antes de
llegar al lugar donde es el máximo ídolo de su historia: El Napoli. Allí su
juego y carisma se ganó el amor de los miles de napolitanos que coparon el
estadio San Paolo durante años (hoy llamado Diego Armando Maradona). Nápoles y
Maradona son uno solo.
En la selección Argentina todos sabemos lo que dio y demostró.
Menotti no lo llevó a la selección campeona de 1978, pero Diego se lució en el
juvenil del 79 en Japón, derrotando a la ya extinguida URSS. En España 82,
Argentina no tuvo un buen mundial, pero en 1986, Maradona desplegó no sólo toda
su magia, sino su amor por Argentina y la pelota. La gesta inolvidable que lo
inmortalizó para siempre en las pupilas de aquellos propios y ajenos que lo
disfrutaron y padecieron, marcando a fuego la historia de este deporte
maravilloso que despierta una pasión inexplicable. Luego, 1990, con la canción
más linda de los mundiales para muchos, con la ilusión renovada, un deportista
de élite y competitivo como Diego no se iba a conformar y condujo a la
albiceleste a una nueva final, que estuvo muy cerca, pero no se pudo.
En 1994, casi no se llega. Maradona ya estaba atravesando su primera
suspensión por doping. Finalmente se les gana el repechaje a los australianos y
se saca el pasaje a Estados Unidos 1994. El mejor jugador de todos los tiempos,
pero aquel que siempre decía lo que sentía, se estaba preparando contrarreloj
para llegar a lo que sería el ocaso de su etapa como futbolista, ya que en las
tierras del tío Sam le “cortaron las piernas”.
Me pongo un poco extenso, pero estuve escribiendo, como dije más
arriba, de todo lo que me hubiese gustado disfrutar (y también sufrir) de Diego
Armando Maradona. Por qué el niño de Villa Fiorito ha sido y es un producto de
la Globalización y unió al mundo. Relacionan a Maradona con Argentina, así como
pasa ahora con Messi. Ahora vemos a un artista cebando un mate a un inglés
famoso y nos volvemos locos. El Diego les metió dos goles y se los dedicó a los
chicos de Malvinas…
Ahora bien, tengo que hablar de lo que no me gusta también, y es lo
que pasó alrededor de su vida privada, y hago hincapié justamente en eso porque
no me interesa su vida privada. Me crie escuchando “Es un falopero”; “un
comunista”; “un K”; “No es ejemplo de nada”; “No reconoce a ese pobre chico”;
“Messi es mucho mejor persona”; entre tantas otras cosas que ahora en este
momento no se me ocurren, y es entonces que vuelvo a pensar en que me hubiera gustado
disfrutarlo viéndolo como jugador, en vivo y en directo.
Maradona, como escribí, nació y se crio en el seno de una familia
que pasaba necesidades, donde conseguir el pan no era fácil. “Tal vez jugando
pudiera, a su familia ayudar” es una frase de la canción de Rodrigo, otro pibe
que se inmortalizó en el colectivo imaginario de los argentinos. Y así fue,
ayudó a su familia, que de no tener nada (en lo material) pasó a tenerlo todo.
Diego empezó a tener todo lo que nunca tuvo, lo que jamás imaginó. ¿Cómo se
lidia con todo eso?, supongo que con buenas compañías, pero no me siento en
condiciones de escribir sobre Coppola, un personaje que es constantemente
festejado por sus anécdotas, pero poco se dice sobre su ejemplo o influencia en
Maradona. Poncio Pilato hay muchos en la historia, y Maradona estuvo
rodeado de algunos.
Tal vez si solo (como si eso fuera poco) hubiera sido un crack del
deporte, su imagen hubiera pasado desapercibida, pero él nació en el lugar
indicado. Los argentinos solemos vanagloriarnos con los hechos deportivos y
otros logros, pero Maradona reunió todos los atributos que lo llevaron a ser el
ídolo del pueblo: Crack indiscutido, líder, capitán, defensor de los que menos
tienen y creador de inolvidables frases que salían del corazón. Eso que
describo también dividió y tuvo sus detractores, sus destructores, una mina de
oro para los críticos y para los dueños de la moral, siempre indiscutida.
Los ejemplos: ¿Cuáles son para nosotros aquellas personas que nos
guían?; ¿Cómo quién o quiénes queremos
ser en esta vida?; ¿Por qué a Maradona se le adjudicó la obligación de ser un
ejemplo?; ¿Será por las generaciones de niños y niñas que lo admiraron?; ¿Por
ser una figura pública y popular?. Los ejemplos siempre empiezan en casa.
Padres presentes y amorosos que marcan
límites, enseñan con amor y advierten a sus hijos e hijas de las cosas que
pueden perjudicarnos, deben ser los pilares fundamentales que deben tomarse
como ejemplos. Pienso que eso es lo primordial, y por lo que uno escucha, Maradona
fue padre, fue hijo, fue hermano. Lo adoraban y, quizás, tomaban de él cosas
positivas como ejemplo, cómo decir lo que uno piensa y no olvidar de dónde se
viene. Sin olvidar las cosas que un padre amoroso puede dar.
Diego era una especie de rockstar, o más grande. Personalidades del
siglo XX y XXI querían una foto o conversar con él. Desde los hermanos
Gallagher hasta Vladimir Putin, pasando por Fidel Castro, Mike Tyson, Charly
García, Xuxa, Khadafi, Freddie Mercury, entre tantos otros personajes, sin
nombrar a las grandes figuras del fútbol contemporáneas a él. Hasta tuvo su
propio programa de televisión y llevó a la Argentina a un mundial como DT. Lo
tuvo y lo vivió todo, con sus virtudes y defectos. Todos tenemos virtudes y
defectos.
Antes de escribir todo esto, y de ver a Maradona con otros ojos,
sentí mucha pena cuando falleció. Rodeado de gente no tan allegada, que lo tuvo
en la versión más triste, en el ocaso de su vida, creando una especie de
despedida que la gente no se imaginaba, ya que era dt de Gimnasia y la gente
parecía que iba más a verlo a él, sentado en una especie de trono en el banco
de suplentes, que a sus propios equipos. La gente le mostraba su afecto y él,
cargado de emoción, como se emociona un papá o un abuelo, se mostraba agradecido
de tanto cariño. Pero sentí pena, de no verlo rodeado de su familia, de ver
tanta gente hablando de lo que era, y que quizá era la misma gente que le daba
la espalda o lo defenestraban en el pasado.
Las adicciones que él transitó, al igual que otras personas que
transitaron pasan por algo así, solo
ellos y sus familias viven en cuerpo y mente ese sufrimiento. No me siento lo
más mínimo calificado para hablar de algo así. Supongo que también es algo
inexplicable, como la vertiginosa vida
de Diego.
Fuera de todo esto, la huella que dejó en las personas es
imborrable. Sus frases viven en los corazones de muchos. Particularmente me
quedé muy sentido, cuando en su última entrevista dijo: "Nunca dejé de ser
feliz. El tema es que se me fueron mis dos viejitos, ese es el único problema.
Después, lo que me robaron, lo que me sacaron, lo que me siguen sacando no me
importa. Daría todo lo que tengo hoy porque mi vieja se aparezca por esa
puerta", aseguró y agregó: "Me crie con amor, ni con bicicletas, ni
con asfalto, ni con patio de baldosas. Yo tenía un patio de tierra y comíamos y
nos íbamos a acostar ocho en una pieza".
Me gustaría terminar esta nota, porque creo que me excedí un poco,
diciendo que todos nosotros, en nuestras vidas, quisiéramos tener un poco de lo
bueno que él tuvo, no lo digo por la magia en la zurda ni por los lujos, sino
por las cualidades que lo hicieron ser amado y odiado. Y agregar que el ejemplo
para los demás, seamos nosotros, con los valores que nos han transmitido en
casa, y no depositarle toda esa responsabilidad a otro, por más reconocido que
sea.